CON LA MIRADA ATRAS - Capítulo 2º - PRINCIPIO Y FIN DE UN SUEÑO

Transcurrían ya los años sesenta y España muy lentamente empezaba a despegar. Consideran lujos lo que no eran más que cosas que en otros lugares pasaban desapercibidos , pero que para los españoles fué toda una innovación. Manufacturas Metálicas lanzó una gama de cacharros de uso diario en aluminio que estaban presentes en todos los domicilios en cualquier variedad de elementos tanto de cocina como en adornos.





Empezaron a llegar las lavadoras automáticas, no como las de ahora, ni mucho menos. Había que llenarlas de agua, acercarlas a la pila y desaguar mediante una goma que portaba la lavadora cuyo extremo estaba cerrada con una bola también  de goma que girándola permitia desaguar .
Empezaron a usar un detergente para lavar a mano que no hacía falta poner la ropa en remojo el día anterior como ocurría con la ropa de trabajo, y para ello se empleaban unas denominadas "bolas maravillosas" porque estaban formadas por sosa, con lo cual quitaban las manchas y el trozo de tela también.

El milagro de los detergentes americanos OMO. Empezaron regalando paquetes que eran bastante caros para el poder adquisitivo de la época, pero era de excelente calidad. Pertenecía a una multinacional, en la que por caprichos del destino ella trabajó años más tarde UNILEVER.
Solamente existía un detergente que no era otra cosa que polvo de jabón normal y corriente, de buena calidad, pero muy rudimentario : SAQUITO
 



Y como no ¡ el Seat 600 !, la verdadera liberación de los españoles. El coche chiquitito en el que se acomodaban, aún no sé cómo, toda la familia y se lanzaba a la aventura de las malísimas carreteras españolas por las que ir de vacaciones Suponía tardar en el punto más cercano,  hasta diez horas de viaje. Pero teníamos coche, no dependíamos de Renfe ni de los Coches de Línea, al fin éramos libres....

Pues en esa España tan oprimida en todo, iba creciendo aquella niña cuya ilusión era la de ser bailarina.



  Seat 600

Al recordarlo ahora, acaricia con ternura y añoranza sus castañuelas guardadas en una funda de piel para no destemplar su sonido, que por supuesto al no usarlas  y con el paso del tiempo, han perdido su nítido repiqueteo.
Era una excelente estudiante, de excelentes notas y como premio a ello, un día sus padres le dijeron:

--Si terminas bien el curso, te inscribiremos en una academia de baile, pero con la condición que nunca y por ningún motivo abandones los estudios.  Y así fué...

Sacó notas de notables y sobresalientes y fué mayúscula su alegria cuando una tarde su madre la dijo:

--Ponte el vestido más bonito, el que más te guste, nos vamos a la academia de Julita Castelao.

Había sido profesora de insignes bailarines españoles: Pilar López, Rosario, Antonio, Mariemma, etc. No era una academia de flamenco, sino de danza clásica española, que ella era lo que quería.

¡ No se lo podía creer, iba a ser bailarina !  Más tarde acudiría también a aprender flamenco en la academia de La Quica, una muy  reconocida profesora en esa materia.
Llegó a los dieciseis años y se examinó para ser profesinal. Antes de esa edad no se podía actuar.  Y consiguió su carnet examinándose en el Teatro Fuencarral de Madrid.  Ya podía actuar, y lo hacía esporádicamente. Se presentaba ante las grandes figuras de la danza  para pasar de nuevo un examen y averiguar si tenía alguna carencia.  Estudiaba y bailaba, pero todo lo hacia con la mayor alegría y esperanza de poder realizar su sueño.

 

 

 
Su vida transcurría entre el Instituto Lope de Vega y las distintas escuelas de danza, pues siempre había que estar practicando. Al ser novata se tenía que conformar con actuar en festivales como en el antiguo Teatro Madrid en el que alternó con profesionales  de larga y conocida trayectoria. Nunca olvidó esa tarde que le insufló nuevos ánimos.
Contaba con diecisiete años. Un día haciendo ejercicios de estiramiento en la barra de la academia, sucedió algo que cambiaría totalmente sus planes:
Un chasquido tremendo que hasta le nubló la vista, ocurrió en su rodilla derecha: se había lastimado el menisco.  Fué una decepción, pero no la desanimó siguió al pie de la letra las indicaciones del médico y la rehabilitación, y por fin al cabo de un tiempo pudo volver a bailar, pero para entonces sus padres pensaron que no querían para su hija la carrera de bailarina, argumentaron las sigientes razones:

Ella al no tener más que un hermano, y mayor que ella,  había crecido sola y a penas sin amigas, por lo que era de un carácter muy introvertido y solitario. Eso preocupaba a sus padres pues era sabido que en los ambientes teatrales de la época la timidez y los buenos modales había que dejarlos en casa. También era costumbre que algunos aprovechados a cambio de proporcionarte trabajo, les hicieras ciertas concesiones, máxime si como era el caso eras de carita agraciada.  Por estos motivos, el percance sufrido fué la excusa perfecta que expusieron sus padres para que no continuara con los planes que se había forjado.

Al recordar ésto, de nuevo brotan las lágrimas en sus ojos. Fué tal la depresión, la frustración que sintió que lo que nunca había hecho, se reveló contra su padre. Expuso las ilusiones que tenía, todo lo que habia trabajado , pero todo fué inútil. Hasta les dijo que trabajaría para seguir pagando sus clases de danza, pero el padre era de convicciones muy firmes y además estaba apoyado por la madre. No hubo forma de que rectificaran. No volvió a las academias,  nada más que para despedirse de sus profesores. Esa noche no cenó ni pudo dormir. Guardó sus castañuelas, sus vestidos de danza e interiormente se dijo:  Jamás volveré a bailar...  y hasta el día de la fecha cumplió con lo que se prometió así misma. Nunca más lo hizo, pero en lo más profundo de su corazón una ilusión, la primera de su jóven vida, se rompió para siempre.


 
 

Se dedicó a seguir estudiando. La inscribieron en una escuela de idiomas, aprendió inglés y francés, taquigrafía y mecanografía. Obtuvo sus títulos y entonces con dieciocho años buscó trabajo que encontró en Unilever como secretaria de dirección en la sucursal que la firma tenía en Madrid, ya que la central tenía su domicilio en la calle Balmes de Barcelona.

Su debut como secretaría fué desastroso. Le tocó como jefe al sr. Lyckles: directivo holandés que no hablaba nada de español y el inglés lo mezclaba con el holandés, con lo cual no le entendía nada.
Entre los nervios del debut y el jefe que la dictó una carta de tres páginas que ella iba traduciendo de la taquigrafia al castellano a medida que la dictaba, no tuvo problema, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Por fin, el jefe se dió cuenta de lo excesiva de la redacción y la pidió que escribiera ella el texto aplicando lo que él quería decir.  Bendijo a Holanda y a los holandeses. No volvió a tener más problemas y trabajó muy a gusto y fué muy apreciada por jefes y compañeros.



 

 

Todavía no había cumplido los diecinueve años, cuando conoció a la persona que cambiaría su vida por completo.  Llegó en avión desde Venezuela y fué un flechazo mutuo que perduró siempre y que la hizo olvidar todas sus ilusiones pasadas, porque había ocupado su mente otra más importante y definitiva.


 
Pasaron unos años, porque en aquella época las relaciones eran muy largas, y contrajeron matrimonio.
 Al año tuvieron la primera hija y veintidos meses después la segunda. Se amaban profundamente, pero eso no les libraba de las vicisitudes de la vida, pero cada noche  antes de dormirse, si  habían estado disgustados , volvían a ser los seres pacientes y comprensivos que eran y lo que hacía que su matrimonio siguiera adelante a pesar de las dificultades, porque las tuvieron,  muchas y muy variadas.

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