LA CARTA - Capítulo 4º / Un encuentro, un abrazo


Otra vez se encontraba sola.  Nuevamente había perdido la amistad entrañable y sincera de Piedad. La echaba de menos y, le dolía que pensase que la había traicionado.
Después de su enemistad, dejó de salir y ni siquiera paseaba como antes.  El invierno había sido crudo, y esa era la excusa perfecta para justificar ante su familia la apatía que sentía.  Pronto se cumpliría una año del viaje por Europa que las unió.  Habría de preparar las vacaciones...,  otra vez..  No sentía el más mínimo interés por ir de viaje.  Fue Braulio quién la convenció para que lo hiciera.

Sin argumentos que justificasen el no salir de vacaciones, decidió acudir a  la agencia de viajes próxima a su domicilio.  Miró el escaparate con las ofertas  propuestas para ese verano y no encontró nada que despertara su interés

- Mañana iré a otra agencia - pensó-.  Me acercaré a comprarme algo

Entró en los grandes almacenes que ofertaban las novedades de aquel verano.  La ropa era colorida con flores y rayas marineras.  Miró algún vestido y eligió el que más la gustaba.  El ir y venir de la gente la aturdía. Estaban anunciando las rebajas  y la aglomeración de personas, la fatigaba.  Subió hasta la cafetería situada en la última planta.  Allí descansaría durante un rato, mientras tomaba algún helado.  Transcurrió casi una hora.  Miraba alrededor fijando su mirada en algún grupo, más por curiosidad que por otra cosa.  No conocía a nadie; observaba a las madres peleándose con los chiquillos que no paraban quietos.  Le hacían sonreír. Cogió el ticket y se dirigió a la caja para abonar la consumición. 




De nuevo se sumergió en la marabunta humana que recorría cada planta:  Bajando por las escaleras mecánicas, su mirada se cruzó con alguien a quién quería y,  hacía meses que no veía:  Piedad.  Ella también la había visto.  Ninguna de las dos hizo gesto de sorpresa, como si fuera lo más natural del mundo, pero las dos a una, decidieron salir de las escaleras en el primer tramo.  Fue Piedad la que salió a su encuentro porque iba en la dirección de subida y Azucena la seguía con la mirada en el rellano de las escaleras.  Mentalmente pedía que su amiga diera la vuelta.  Deseaba abrazarla, pedirle nuevamente perdón, aunque fuera por algo de lo que no tenía culpa.  Deseaba volver a ser amigas... En ello estaba,  cuando unos brazos la rodearon,  y ambas se juntaron .  Lloraban ante la mirada curiosa de las personas que transitaban.   No podían hablar por la emoción que sentían. Mezclaban sus lágrimas y, reían , reían nerviosas.

Pasados unos momentos terminaron de bajar las escaleras, hasta la planta baja, y tomadas de la mano salieron a la calle.  Necesitaban ir a un lugar en el que pudieran hablar tranquilas.  Contarse mutuamente todo lo que habían hecho durante el tiempo que habían permanecido alejadas.  Entraron en una cafetería y buscaron un rincón apartado de las miradas de los demás clientes.  tenían mucho de qué hablar, mucho que contarse.





Ambas amigas se abrazaron de nuevo.   Azucena la pedía perdón una y otra vez.  Piedad  le puso su dedo en la boca,  haciéndola callar.

- Calla, calla. Lo sé, lo sé. Aquel día lo pagué contigo, pero fue el canalla ese,  el culpable. ¿ Sabes? le eché de casa y nunca más le veré. Nunca más.  No debí perder la amistad de una buena amiga, por quién no lo merecía- dijo Piedad
- ¡Te he echado tanto de menos...!  He necesitado tu afecto más que nunca.  Me hundí después de aquello.  Comprendo que no me creyeras, pero te juro que no fui culpable.  Si acaso lo fui de beber más de la cuenta. Ese fue mi pecado... Me sentí tan mal...
- Bueno ahora ya hemos llorado, nos hemos pedido perdón, nos hemos abrazado... Tu también tienes que perdonarme, te llamé zorra ...- dijo Piedad

Ambas seguían cogidas de la mano, pero reían felices de haber recobrado su amistad

-Tenemos que preparar las vacaciones. Las tomaré en Agosto, y tu no tienes problemas.  Como no trabajas,  puedes tomarlas cuando quieras, ¿ ó sí lo haces ?
- Cierto, no trabajo y no me perdería esta escapada por nada del mundo. Esta mañana salí a la calle en busca de un viaje, sin ninguna gana, pero mi cuñado me había convencido.  Y recordé el de hace un año.  Me sentí mal por ello, me acordaba de ti y me entró pena por haber roto nuestra amistad.  Pero ya se acabó. Estamos de nuevo juntas
- ¿ Sabes lo que se me ocurre?- apuntó Piedad
- No tengo ni idea. Sabe Dios lo que  habrás pensado
- Un crucero.  Un crucero por el Mediterráneo. La Costa Azul, Mónaco, Italia, Grecia...
- ¡ Un crucero ! ¿ Qué vamos hacer nosotras en un crucero ?
- Pues divertirnos.  Quizá con un poco de suerte hasta podríamos ligar
- Quita, quita... ¿ No estás escarmentada ?
Si, pero ahora sería yo la que se divirtiese- exclamó Piedad riendo



Quedaron para el día siguiente después del trabajo de Piedad. Contratarían un crucero, y se comprarían ropa para ello. Tenían la intención de que ese viaje fuera inolvidable.

Faltaban dos días para tomar el barco, pero decidieron ir con tiempo, y de ese modo tomaron un Ave hasta Barcelona. Se hospedarían en un hotel y aguardarían la fecha de iniciar el crucero.  Eran inmensamente felices; más parecían hermanas que amigas. Lejos de distanciarse, su alejamiento las había unido más, se querían y la alegría por estar juntas la demostraban constantemente.  Nunca Azucena, se había mostrado tan alegre, con tantas ganas de reír con las ocurrencias de su amiga. Estaban nerviosas pensando en el viaje.  Ninguna de las dos había ido nunca en un crucero, era una total y absoluta novedad para ellas.



Por fin había llegado el día. Subían  por la escala hasta el primer piso.  Allí fue recibido el pasaje con los primeros oficiales y el capitán.  Una azafata les proporcionaba el número y la cubierta del camarote que correspondía a cada uno.  Ellas habían elegido un camarote de primera clase.  Un marinero portaba las maletas y las acompañaba hasta su aposento

Tenían un camarote individual, pero contiguo uno del otro.

-¿ Has visto a los oficiales? - la preguntó Piedad - ¡Vaya tipazos!
- Piedad.... no empieces- dijo Azucena

Comenzaron a deshacer el equipaje.  Deberían colgar la ropa en los armarios, de lo contrario la humedad pondrían los vestidos muy arrugados.  Habían cargado con un sin fin de vestidos, bañadores, trajes de noche, sandalias, deportivas, etc  Parecía que era su primer viaje, como si nunca se hubieran movido de su casa.

Les reunieron a todos en el salón de la cafetería.  El capitán haría una salutación de bienvenida, y les daría unas instrucciones de cómo habrían de ser los simulacros que harían dentro de unos días.  A continuación, les obsequiaron con una copa de vino español y unos aperitivos, para pasar continuación al comedor y almorzar.

Después de su primera comida, dieron una vuelta por las sucesivas cubiertas y decidieron pasar un rato en la piscina,  nadando y tomando el sol  Algunos hombres las miraban, pues ambas eran esbeltas y atractivas, y ellos eran los clásicos ligones de .cruceros  Hubieron dos amigos que se aproximaron a ellas buscando conversación, pero Piedad, alerta por la experiencia sufrida con Fernando, les seguía la corriente sin comprometerse.  Azucena sólo miraba sin intervenir en la conversación que mantenían.
Quedaron citados para sentarse juntos en una mesa en la cena.  Pero no lo pudieron hacer, ya que el capitán tuvo la deferencia de adelantarse y sentarlas en su mesa, junto a otros matrimonios que iban también en primera clase.

Debían vestirse elegantemente.  Azucena buscó un traje de noche que fuera cómodo, ya que la humedad le resultaba bastante molesta. Se mostraron preciosas y ambas captaban la atención de los varones jóvenes que habían intentado ligar con ellas en la piscina.  La cena transcurrió amena.



 Los matrimonios eran muy divertidos y, el capitán, hombre acostumbrado  a tratar con los pasajeros, era cortés, amable y ocurrente.  Pasaron dos horas entretenidas que fue lo que duró la cena.  A continuación la orquesta , en el salón contiguo, amenizaba la velada con canciones para ser bailadas, románticas y suaves.  Uno de los muchachos se acercó a ellas y solicitó el baile a Piedad.  Azucena se disculpó.  Se iría a dormir, estaba cansada. Piedad salió a bailar con el chico.

Antes de retirarse decidió dar un paseo por cubierta. Corría una suave brisa.  El cielo estaba totalmente estrellado, nunca había visto tantas estrellas juntas.    Hacía una noche preciosa.  Acodada en la barandilla de cubierta, miraba hacia el mar,  iluminado por los faros que llevaba el barco.

Había una distancia de pocos metros desde donde estaba Azucena hasta una silueta oscura, alta, que no recibía ninguna luz.  Muy al contrario que la  figura de Azucena perfectamente iluminada .   Miraba en dirección a la chica, pero no se movió ni dijo nada.  Solamente la miraba; ella no se daba cuenta de que era observada atentamente por alguien que desconocía.



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