Azúcar

El cartel de "Se alquila apartamento ", llevaba bastante tiempo pegado al cristal de la entrada. Pensó que la renta debía ser muy alta porque de lo contrario no se explicaba la demora en alquilarlo. La zona era de primera, el edificio rayando en el lujo, la calle tranquila poblada de zonas verdes y arbolado, es decir: inmejorable.  El apartamento a alquilar, era un dúplex, en el ático.  Desde allí debían disfrutar un paisaje precioso.  Lo tenía todo, pero ¿ por qué no se alquilaría ?

Recordó que anteriormente habían vivido unas muchachas que lo compartieron; nunca llegó a intimar con ellas.  Tanto una como otras paraban poco en casa.  Los trabajos les absorbía todo su tiempo libre. Recordó que las chicas, de vez en cuando, celebraban reuniones de amigos, pero no escandalizaban: ponían música bajita y agradable como fondo a las conversaciones que tuvieran.

Saludó al conserje y tomó el ascensor para ir hasta su apartamento.  Al entrar se dirigió al salón, desde cuyas ventanas podía ver el ático de refilón, ya que el piso de ella estaba dos pisos más abajo del apartamento a alquilar.

Pasó el tiempo, y por fin un día al llegar  del trabajo, echó de menos el cartel: o lo habían retirado o lo habían vendido o alquilado.  Y ese día curiosa, preguntó al conserje si por fin tendrían vecino o vecina nueva.

- Creo que lo ha comprado alguien importante.  En un par de días comenzará la mudanza - respondió el conserje.

Se olvidó del tema, hasta que vió aparcado frente al portal dos grandes camiones de mudanzas y a varios operarios, bajando cajas, algunas de ellas inmensamente grandes, y creyó que contenían cuadros.  Miró por  si viera al dueño o a la dueña del recién adquirido inmueble, pero sólo estaban los mozos y una mujer de unos cuarenta años con un bloc en la mano apuntando algo a medida que iban descargando.

Poco a poco el ático cobraba vida. Su inquilino era un hombre de unos treinta y pico años, pero tampoco podría precisarlo, puesto que su visión de la vivienda era muy limitada, pero lo poco que veía, la gustaba.  Y su curiosidad se hacía mayor a medida que los días transcurrían.  Ni una sola vez había coincidido con él en el ascensor, ni en ninguna otra parte del edificio, así que tomó la determinación de preguntar al conserje sobre él.

- No sé muy bien señorita- la respondió-   Parece extranjero, pero no sé de dónde. Sale poco de casa, aunque recibe visitas de vez en cuando. A mi me parece que es escritor, pero sólo es una apreciación mía.

- Gracias. Voy tarde al trabajo.  Hasta luego

Y salió corriendo con la misma intriga de siempre.  Una idea se cruzó por su cabeza:

- ¿ Por qué no ? Eso suele ocurrir entre vecinos.

Estaba impaciente por llegar a casa y poner en marcha el plan que había ideado. Se miró en el espejo, repasó su cabello y cogió una taza del armario de la cocina.  Resuelta llamó al ascensor y pulsó el botón del ático.  Estuvo a punto de arrepentirse al estar frente a la puerta, pero algo la incitaba a adelantar la mano y llamar.  Y así lo hizo.  No tardó mucho en recibir respuesta. Frente a ella estaba él, el misterioso inquilino.  Con voz algo temblorosa, le saludó, al tiempo que extendía su brazo portando la taza:

- Disculpe por mi intromisión, pero acabo de llegar del trabajo y he visto que no tengo azúcar. ¿ Sería tan amable de darme un poco?  Tengo mucha tarea por delante esta noche y no puedo bajar al super. Sé que es un atrevimiento por mi parte, porque es nuevo y no me conoce. Voy a presentarme:soy la vecina que vive dos pisos más abajo que usted. 

Él perplejo y divertido, no sabía qué decir, era la primera vez que le ocurría algo semejante.  Siempre abría la puerta la señora que tenía para atender su casa, pero en esta ocasión había ido a visitar a un pariente. Le hizo gracia el desparpajo de la muchacha que tenía delante.  Estaba claro que no necesitaba azúcar, ni nada, pero sí calmar la curiosidad. Dió un repaso a su rostro y a su figura, y le gustó. También su sonrisa, que era capaz de derretir los polos.

- Desde luego.  Eso es lo que hacen los buenos vecinos. Pase por favor; estoy siendo descortés manteniéndola en la puerta. ¿ Desea tomar algo ?

- ¡ Oh no, por Dios ! Sólo necesito un poco de azúcar.  Si se le ofrece algo, ya sabe donde vivo.

- Gracias, lo mismo digo. Y ahora si me da la taza...

- ¡ Claro! Perdón

Ella estaba en el vestíbulo avergonzada de su actitud a todas luces poco creíble. La trataria de cotilla, y no le faltaría razón.  Normalmente no era entrometida, pero, no sabía por qué, este vecino la intrigaba.  Aún pensaba en su actitud, cuando él llegó con la taza y un paquete de azúcar, lo que la hizo sonrojar.

- Yo... yo... Sólo quería un poco. Ahora me voy; como le he dicho tengo mucho trabajo. Mañana le devuelvo el azúcar, se lo prometo.

- No hay de qué.  No es necesario. Quién sabe si algún día yo precisara algo y tendré que recurrir a usted.

- Bien... Pues me voy. Muchas gracias.

Espero educado a que el ascensor subiera y ella entró sofocada y enfadada con ella misma.  Estaba nerviosa: había metido la pata al haberse presentado de esa forma. ¡ Sabe Dios lo que pensaría de ella!   A oscuras, fue hacia su salón desde el que podía ver la vivienda de su desconocido vecino. Estaba observando su piso; la espiaba lo mismo que ella a él.  Se retiró de inmediato no fuera a ser que la viera, y aún estropeara más su forma de comportarse. La vergüenza no se le borraría de la cabeza cada vez que le viera, si es que eso ocurriera.





FIN DE LA PRIMERA PARTE

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