El vaso de leche

Todas las noches se repetía el mismo ritual: un matrimonio y tres niños de corta edad, sentados en torno a una mesa desprovista de alimentos. Todas las noches el corazón del matrimonio se desangraba por no poder dar de comer a sus hijos todo lo que necesitaban para su normal crecimiento.  El marido miraba a su mujer que trataba de no dejar escapar unas lágrimas por no apenarle más. Él sufría en silencio por no poder llevar a su hogar algo más que un cartón de leche; era todo lo que había conseguido en la parroquia a la que acudía a diario.  La necesidad era mucha y no tenían ingresos, mas que la caridad de alguna buena alma.

Con el poco dinero que había conseguido ese día, sólo pudo comprar tres huevos para sus hijos: una tortilla francesa para cada uno de sus pequeños. La leche a penas alcanzaba para medio vaso para cada uno. Se fueron al colegio esa mañana con un poco de leche, y agua, hasta completar el vaso. Sólo quedaba la mitad para por la noche.  No había merienda, ni bocadillo para el recreo, por mucho que los niños reclamaran ser igual que sus compañeros.  La profesora consciente de esa situación, portaba en su bolso algunas chocolatinas para darles;  habían demasiados alumnos en la misma situación, y ella sufría al ver sus caritas  que no quitaban ojo a los compañeros que tomaban un bollo con una onza de chocolate. Eso era un extraordinario que no se podían permitir.  Pero su inocencia no entendía que no es que los padres no quisieran dárselo, sino simplemente no lo tenían.

Al menos esa noche cenarían la tortilla y medio vaso de leche; tenia que alcanzar para la mañana siguiente.  El matrimonio se acostaría sin nada en su organismo, más que  con una inmensa angustia por sus hijos. Y al siguiente día, vuelta a empezar. El se echaría a la calle a mendigar un trabajo que no conseguía y ella recogiendo siquiera un trozo de pan y rebuscar entre las verduras y frutas desechadas de la venta. No quería pensar más que en cómo llevar algo caliente al estómago.

Ni siquiera pensaba en que no tenían para pagar el recibo de la luz, ni el alquiler de su humilde pisito. No abría la puerta cada vez que alguien llamaba por temor a que fuera el desahucio.  Los servicios sociales, de vez en cuando, les daba alguna bolsa de comida, y ella lo estiraba al máximo para que alcanzase el mayor tiempo posible. Pero siempre estaba temerosa de que alguno de sus hijos cayera enfermo. Se criaban bien, teniendo en cuenta la situación, pero no crecían como debieran. Y eso la llenaba de angustia y zozobra.

Hacía cola en la parroquia, pero era tan grande que difícilmente llegaba para todos.  Esperaba con algo de esperanza que su marido llegase habiendo encontrado trabajo, pero la construcción estaba parada y por tanto él también.  Era una situación que más parecía una imágen de guerra, pero no era así. Era el siglo XXI y aquella era la ciudad de Madrid, y un barrio humilde de la capital. No era una película de Berlanga, era la cruda realidad de muchas familias, sin esperanzas en que la situación cambiase, y no lo hacía. Sin embargo tenían que seguir luchando y llenando cada día el desayuno de sus hijos con medio vaso de leche y el resto agua, calentado a la lumbre de un infiernillo de butano.

Eso ha pasado no hace mucho tiempo y aunque es tremendo, la realidad era esa en las casas de mucha gente, demasiada, mientras otros se llenaban los bolsillos a costa de la vida de los más humildes.



Autora:  1996rosafermu
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