Fisioterapia

Toda la pandilla había quedado citada para hacer una escapada hasta un pueblecito cercano a la capital.  En un par de días sería el cumpleaños de Úrsula y ese era un buen pretexto para celebrar una acampada entre todos los amigos. Allí tendrían terreno suficiente para hacer cabriolas con las motos, y hasta un gran botellón, sin estorbar a nadie, ni tampoco que les estorbasen.  Comerían en el campo, y para ello llevaban de casa algún fiambre, queso y encargarían algo en el pueblo cercano, en donde comprarían el pan.  Las bebidas las llevaban de casa, a escondidas, para que sus padres no les descubrieran.  Al menos uno en cada moto no podía probar el alcohol, ni él o ella, pero tampoco su soporte, por si acaso les parase la policía.

No sin protestas por los más inexpertos porque, si eran  los viajeros de atrás en la moto, y el piloto tampoco podía beber ¿ para qué demonios llevaban las bebidas?  Unos a favor y otros en contra, pero al fin, emprendieron la marcha. Estaban ansiosos por llegar al terreno elegido y que ya era conocido por ellos. Exceptuando Úrsula, que era su primera vez y su bautismo de "fuego".  Tenía dieciséis años y sus padres  la habían dado permiso porque también iba una prima hermana, mayor que ella, y veterana en esas excursiones.

- A las ocho como máximo has de estar en casa - la dijo su madre tajantemente, no muy convencida de dejarla asistir a la excursión.

- Mamá, estamos en verano.  A las ocho aún hay sol - respondió ella con enfado -. Además voy con Teresa, ella ya tiene los dieciocho, y cuidará de mí. No estés preocupada.  Anda dame un beso, que se me hace tarde.

Y la dejó marchar sin muchas ganas, pero confiaba en que su sobrina la cuidaría.  Todo eran gritos de alegría cuando, ya reunidos, distribuyeron las parejas en cada moto.  Unas, en su mayoría eran Vespas, pero las de los mayores ya eran de mayor cilindrada.  Enfilaron la autovía hasta llegar a una bifurcación que les llevaría hasta el pueblo y después, a sus afueras, al terreno que sería todo para ellos.

Al fin montaron su especial campamento; extendieron unas mantas y sacaron las botellas, vasos de plástico y uno de ellos, algún que otro porro.  Úrsula les miraba y admiraba de la soltura que todos tenían ante, no sólo las bebidas, sino también con los porros, que se pasaban unos a otros.  También su prima participaba, lo que la hizo pensar que no era la primera vez que intervenía.  Llenaron los vasos con ginebra unos, y whisky otros. Teresa riendo, cuchicheaba al oído de su compañero de moto algo referente a su prima, porque el chico la miraba y se reía, algo que  a Úrsula no le hacía ninguna gracia.  Pero no podía rechazar ni una cosa ni otra, así que esa fue la primera vez que se hizo mayor, según criterio de la mayoría.  En realidad era la más joven e inexperta; ese sería su bautismo de fuego.

Miraba constantemente su reloj y veía con disgusto que el tiempo corría, se aproximaban las ocho, y el campamento no tenía intención de ser levantado.

- Teresa, yo me voy.  Mamá me mata si a las ocho no estoy en casa
- No seas agorera. Ahora es cuando se está mejor aquí.  Disfruta y no te preocupes.  Yo hablaré con ella y verás que no pasa nada.

Pero si pasó, dieron las diez de la noche, cuando decidieron que era hora de regresar.  Todos iban algo bebidos y "fumados", así que la euforia era general, incluso en Úrsula.  Los chicos más atrevidos hacían piruetas con la moto, temerarias piruetas que a nuestra protagonista ponían el corazón en un puño.  Iban en fila, pero las motos de mayor cilindrada era la cabecera, y en una de ellas iba nuestra tímida y principianta amiga

- Nosotros nos adelantamos, así no la echarán la bronca - dijo el chico - Y arrancando velozmente se distanciaron del grupo.

No iba tranquila.  Estaba asustada, no sólo por la hora, por la preocupación que tendrían sus padres, y además por la euforia que demostraba su compañero.  Se agarraba a él fuertemente, y él, para lucirse delante de ella, hacía temerarios ejercicios.  Y en uno de ellos,  la moto comenzó a derrapar, despidiendo a sus dos ocupantes.  Úrsula salió despedida chocando brutalmente contra el pavimento, y el chico cayó debajo de la moto golpeándose en la cabeza.

La joven sin perder la consciencia, le llamaba pero él no respondía.  Intentó ir hacia él, pero las piernas no la respondían y el miedo y el dolor hicieron que perdiera el conocimiento.  Cuando lo recobró ya estaba hospitalizada.  Había perdido la noción del tiempo, de los días, pues debido a los calmantes permanecía inconsciente.

Al volver en sí se enteró que su compañero de moto había muerto instantáneamente.  Que el resto de la pandilla, al llegar al lugar del accidente, muy asustados, fueron quienes avisaron a una ambulancia y a la policía.  Su madre lloraba al relatar los sucesos, pero omitió decirla que había fallecido el conductor que la llevaba.

No sentía dolor en las piernas, pero tampoco tenía sensibilidad en ellas cuando los médicos le hacían las pruebas y se miraban entre ellos sin hablar.  Y entonces supo que no volvería a andar nunca más. Su columna se había roto y tendrían que operarla  varías veces y esperar los resultados.

Hoy era su cumpleaños: treinta.  Y cada año lo recordaba.  Ni un sólo día había olvidado aquél otro en que la operaron sin saber cómo saldría de la operación.  Habían pasado catorce años, y tenía lagunas en su cabeza porque no todo se lo habían explicado.  Pero de aquellos días tenía una imagen muy clara en su memoria de  la persona que consiguió que volviera a andar, aunque la quedase una cojera permanente: su fisioterapeuta.

Habían pasado muchos meses ingresada en un hospital para parapléjicos. Su familia la había ingresado porque les dijeron que sería la única forma de que pudiera mover las piernas.  La rehabilitación sería muy larga y dolorosa, y en ese hospital había un profesional muy reconocido en su trabajo, porque algunos pacientes, milagrosamente se habían recuperado casi en su totalidad.  Y de ese modo, su casa, era ahora la habitación de ese hospital, y Alberto su única familia.

Los primeros meses fueron muy difíciles; estaba traumatizada, la rehabilitación era tediosa y aparentemente sin resultados, además descorazonadora.  Pero Alberto no se rendía y ella tampoco debía hacerlo

Hoy le daban el alta, y ella no quería marcharse. Había ocurrido algo en su vida desconocido, pero que la cambió: se había enamorado del fisio. El sólo hecho de pensar que no le volvería a ver hacía que perdiera el interés por recuperarse.  Pero ese día había llegado, y lloró amargamente cuando, en el coche de su padre vio por la ventanilla, que el hospital se perdía en el paisaje.

Pasó el tiempo y los años, y un nuevo cumpleaños estaba a punto de llegar. Se había casado, tenido hijos y aunque era feliz, aquél sentimiento inspirado por Alberto, nunca lo volvió a sentir.  Amaba a su marido, idolatraba a sus  hijos, pero las especiales circunstancias de aquellas fechas, jamás se borraron de su vida ni de su memoria.  No había vuelto a verle; tan sólo una tarjeta de felicitación por Navidad era su única comunicación.

No sabía por qué, pero al cumplirse una nueva fecha de aquello, la entró el deseo de volver al lugar en donde pasó largo tiempo en su recuperación y el artífice de ella.  Y un hormigueo recorrió su cuerpo al pensar en él.  ¿ Seguiría ejerciendo? Posiblemente sí ya que era un hombre joven. Estaría casado y con  hijos, pero necesitaba volver a verle ¿ por qué ? No lo sabía; siempre le había recordado al cumplirse el aniversario

- Por agradecimiento - se dijo

Lo propuso a su marido y recorría emocionada el trayecto que les llevaría hasta el lugar en donde ella recuperó la salud y encontró su primer amor de adolescente.  Preguntaron en recepción y les indicaron que Alberto estaba en terapia, pero que esperasen que enseguida les atendería.  El corazón de Úrsula se desbocaba.  Todo estaba igual, salvo algunas pequeñas reformas en el vestíbulo, en algún despacho, o al menos en lo que estaba a la vista.

Esperaban en una sala de espera cuando a través de la puerta escuchó la voz de una enfermera que hablaba con alguien cuya voz la era sobradamente conocida.  La puerta se abrió y ante ellos estaba Alberto.  Seguía siendo alto. Su sonrisa era la misma y su amabilidad también, pero el tiempo había pasado y ahora tenía el pelo con las entradas grises.

No se fijó en el hombre que la acompañaba, pero la reconoció en el acto, y una luz, junto a su increíble sonrisa, le iluminaron la cara. ¡ La había reconocido !  Durante unos instantes se quedaron mudos uno frente al otro, probablemente evocando las escenas vividas y nunca olvidadas.  Úrsula dio el primer paso, él el segundo... hasta fundirse en un abrazo emocionado. ¡ Le debía tanto !, pensó mientras depositaba un beso en su mejilla.

El marido les quiso dejar solos.  Su mujer estaba agradecida y muy emocionada; pensó que les gustaría evocar aquella época difícil que la tocó vivir, pero lo que en realidad ocurría, es que ambos evocaban aquello surgido entre ambos sin quererlo, sin buscarlo, pero encontrado en una casi niña y en un hombre maduro con una ilusión renovada.



Autora:  1996rosafermu
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