La escapada

Ella reclinó su cabeza en el hombro de él, mientras conducía por la autovía. Se sentía cansada después de la inquietante noche que habían tenido. En la radio sonaba una música dulce que apaciguaba los ánimos. Desconocía su título, y con voz muy suave le preguntó cómo se llamaba:
-Es de Madame Butterfly, cielo. El coro a boca cerrada. ¿Te gusta ?
- ¡ Preciosa ! Me encanta
Después, con una sonrisa en su cara, trataría de quedarse dormida.
De vez en cuando, él giraba la cabeza para contemplar su rostro, que tranquilo, parecía dormir. Aún les quedaba mucho camino por recorrer hasta llegar a su destino, pero lo harían con ilusión, con sus esperanzas puestas en ello. Dejaban atrás toda una problemática que deseaban olvidar y esperaban hacerlo con esa nueva vida que iban a emprender.
Al pasar por uno de los pueblos, destacaba en el horizonte la silueta de una iglesia típica de la zona, y a la memoria de él, acudió la escena vivida hacía pocas horas.
Ella con su vestido de novia impoluto, blanco, radiante, y a su lado un hombre desconocido para él, que aguardaba el momento en que por fin, ella fuese su mujer. Una puerta que se abre bruscamente, y todas las miradas, las del sacerdote y de los acompañantes al acto, se giraron rápidamente en la dirección de donde provenía el ruido brusco de la puerta al abrirse de improviso.
Y allí estaba él, parado en la entrada, con una mirada resuelta que daba miedo ¿ Quién era aquél individuo que osaba interrumpir la ceremonia? Avanzó decidido hasta donde estaban los protagonistas, y sin más palabras dijo en voz alta para que todos escucharan:
-Te vienes conmigo.
Ella tenía los ojos muy abiertos ante el asombro que sentía. Se lo había jurado y cumplido. Extendió su mano, que él agarró y rápidamente, antes de que alguien pudiera reaccionar, salieron corriendo de la iglesia, se metieron en el coche y partieron a toda prisa de aquél lugar. Ninguno de los dos hablaba, sólo se miraban de vez en cuando. Emprendían una aventura a lo desconocido, pero no importaba. La noche anterior a ese día, él le había prometido que haría todo lo imposible para que no se casara con el hombre al que la habían destinado y que no amaba. Habían discutido, ella lloró, pero él con las mandíbulas contraídas, juró que sería suya o de nadie más.
Y ahí estaban huyendo a no sabían donde, mientras en el coche se escuchaba el Coro a boca cerrada de Madame Butterfly.
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