Ni contigo ni sin tí
Llevaban casados cinco años, o quizá más. Se amaban, pero no se entendían. Si uno decía blanco, el otro negro; raras veces estaban de acuerdo en algo. Sus familias se preguntaban, y no les faltaba razón, por qué se habían casado si no se complementaban. Ni ellos mismos sabían la respuesta. A veces , tomaban distancia, yéndose a vivir, por unos días a casa de los padres. Al regreso todo parecía ir mejor, pero pasados unos días volvían a la misma situación. Otros en su lugar, hubieran optado por la separación definitiva, pero ellos ni siquiera se lo planteaban y salían por los cerros de Úbeda si alguien, alguna vez, se lo insinuaba.
¿ Fueron así siempre? Pues si, desde el noviazgo. Posiblemente se hubieran acostumbrado a esa situación y lo creían de lo más normal, que ese era el comportamiento natural en un matrimonio.
Sus desavenencias comenzaron más seriamente, al poco tiempo de casarse. Él quería tener un hijo pronto, ella no. Deseaba disfrutar de su matrimonio y de su trabajo conseguido poco tiempo antes de su enlace, y por ese motivo le pidió un año de plazo. Con protestas, pero accedió. El niño no llegaba y cada vez sus enfados pasaron a mayores y más frecuentes. Habían llegado a un punto de no retorno y aquella noche, entre abrazos, llantos por parte de ella y angustia por la de él, tomaron la decisión más drástica de sus vidas.
- Así no podemos seguir. Me da miedo que un día se me suelte la mano y antes de llegar a eso prefiero dejarlo todo. Debemos divorciarnos y cada uno de nosotros seguir nuestro camino. Nuestra relación no es normal, es tóxica -. Expuso él, mientras ella estaba de acuerdo.
Dos días más tarde estaban sentados ante un abogado para tramitar su divorcio. Harían un reparto equitativo con los bienes que tuvieran: el apartamento, el coche y la cuenta del banco. Firmaron los documentos y el abogado tramitó el papeleo por parte de ella, y otro colega los de él.
La vivienda sería para él; ella había renunciado. No quería seguir viviendo bajo ese mismo techo que habían compartido, pero por extraño que parezca, buscaría una vivienda cerca de la suya. No había explicación, una vez más, para esa decisión que había tomado. Y sería él quién se encargara de buscar el apartamento. Nadie les entendía; lo lógico hubiera sido ir a vivir a la otra punta de la ciudad, pero en ellos la lógica no existía.
Y la ocasión la pintaron calva: justo al lado del piso de él, quedó un apartamento, pequeño, pero a ella le valió. Las ventanas de su dormitorio daban al mismo lado que las del dormitorio de él, de tal manera que con sólo asomarse podrían verse. Con el salón, por tanto, ocurría lo mismo. Nadie lo entendía, salvo ellos, que sus motivos tendrían, por absurdos e ilógicos que parecieran.
Lo más curioso era que, si se cruzaban en el supermercado, o por la calle, se ignoraban. A veces la familia pensaba que alguna neurona no les funcionaba, pero había prohibido taxativamente que nadie se metiera en sus asuntos: sólo ellos conocían porqué lo hacían. Y así transcurrió el tiempo. El hueco dejado en sus vidas por la separación, él lo llenaba algunas veces, con otra compañía femenina que llevaba hasta su casa. Cuando eso ocurría, corría las cortinas para que su ex no viera lo que ocurriese en esa habitación. Las de ella, permanecían siempre descorridas.
Y ella llegó a conocer el motivo de ese proceder, y eso la enfadaba, aunque nunca comentaba nada con nadie, por mucha confianza que tuviera
- Es su vida, es libre, y puede hacer lo que le venga en gana- se decía así misma
Ningún acercamiento se había producido en todo ese tiempo desde su separación. Él había estado de viaje un fin de semana con compañía femenina: las cortinas permanecieron corridas, algo que a ella la sacaba de quicio. Y no quiso saber más de ello, procediendo a hacer lo mismo que él. Le daría a entender que ella también era capaz de tener un ligue.
Varios días permanecieron cerradas en la habitación de ella, no así en las de él. Llegó de mal humor del trabajo; nada le había salido bien. Fue a su habitación. necesitaba ducharse para templar el mal humor. Se dirigió hacia la ventana: aún seguían corridas las cortinas, y el pensar que pudiera estar en brazos de otro, le sacó más de quicio. Rápidamente y sin pensarlo, salió de su casa y se encaminó a la de ella. No la dio tiempo casi a decir hola, cuando, como una tromba, se abalanzó sobre ella, abrazándola fuertemente y besándola como nunca había hecho. Ella trató de desasirse de sus bazos a base empujones.
- ¿ Qué estás haciendo? ¿ Con qué derecho llegas a mi casa y haces ésto? - le gritaba ella a punto de llorar
- No quiero que andes con nadie - la espetó
- Pues voy a hacer lo que me dé la gana, como haces tú. Y ahora lárgate de aquí inmediatamente.
Era una locura, pero en el fondo ella estaba contenta: no la había olvidado. Reía satisfecha con el resultado obtenido, nunca lo hubiera imaginado, pero aún tenía esperanzas. Que se desvanecieron, cuando minutos más tarde escuchó el ruido del motor de un coche y su salida apresurada del aparcamiento. El ruido le era sobradamente conocido. Corrió a la ventana y comprobó que era el coche de él; salía a toda prisa seguramente iría a cualquier bar o en busca de compañía femenina.
Eso la disgustó, pero sabía que no tenía nada que hacer, que ya no era nada para él, sólo había herido su orgullo de macho alfa que pensaba que era su posesión y que ninguna otra mano debía posarse en el cuerpo de su ex mujer: sólo las suyas. Se metió en la cama algo decepcionada, tras su ligera esperanza tras el beso. Aún no se había dormido, cuando volvió a escuchar el ruido del mismo motor, pero esta vez se paraba frente a su puerta. Se tiró de la cama, y sin encender la luz, miró para comprobar que se trataba de su coche, y efectivamente lo era.
- Y ahora ¿ qué buscaba?
La suave brisa agitaba los visillos de su dormitorio, pero desde la calle él no la veía al no tener luz en el dormitorio, pero ella sí, y comprobó que él miraba en su misma dirección, quizá buscando algún rastro de otro hombre. Dejó de mirar y se dirigió a la puerta golpeándola fuertemente y llamándola a voces
- Abre. Sé que estás ahí
Estaba solo; no había tenido tiempo de ir a ningún lado. La llamaba a ella y a ninguna otra. Lo ocurrido por la tarde, el beso apasionado había sido por algo. Y de pronto, se dio cuenta de que ella sentía lo mismo, que le necesitaba y no importaba si tenían opiniones contrapuestas. La realidad era que se amaban locamente y no podían vivir el uno sin el otro. Y corriendo se dirigió a la puerta y la abrió de par en par extendiendo sus brazos para acoger el abrazo y los besos que él tenía para ella.
No importaba si estaban separados; volverían a casarse. Tampoco si de nuevo juntos, las discrepancias volvieran a surgir. Nada importaba, ni nada era más importante que volver a tener su vida juntos, aunque no pudieran estar unidos, pero tampoco separados. Se prepararían para los reproches familiares y las alegaciones de locura que sentían. Nadie más que ellos conocían que la sangre en su interior, hervía cada vez que se juntaban.
Autoría : 1996rosafermu
Derechos de autor reservados
¿ Fueron así siempre? Pues si, desde el noviazgo. Posiblemente se hubieran acostumbrado a esa situación y lo creían de lo más normal, que ese era el comportamiento natural en un matrimonio.
Sus desavenencias comenzaron más seriamente, al poco tiempo de casarse. Él quería tener un hijo pronto, ella no. Deseaba disfrutar de su matrimonio y de su trabajo conseguido poco tiempo antes de su enlace, y por ese motivo le pidió un año de plazo. Con protestas, pero accedió. El niño no llegaba y cada vez sus enfados pasaron a mayores y más frecuentes. Habían llegado a un punto de no retorno y aquella noche, entre abrazos, llantos por parte de ella y angustia por la de él, tomaron la decisión más drástica de sus vidas.
- Así no podemos seguir. Me da miedo que un día se me suelte la mano y antes de llegar a eso prefiero dejarlo todo. Debemos divorciarnos y cada uno de nosotros seguir nuestro camino. Nuestra relación no es normal, es tóxica -. Expuso él, mientras ella estaba de acuerdo.
Dos días más tarde estaban sentados ante un abogado para tramitar su divorcio. Harían un reparto equitativo con los bienes que tuvieran: el apartamento, el coche y la cuenta del banco. Firmaron los documentos y el abogado tramitó el papeleo por parte de ella, y otro colega los de él.
La vivienda sería para él; ella había renunciado. No quería seguir viviendo bajo ese mismo techo que habían compartido, pero por extraño que parezca, buscaría una vivienda cerca de la suya. No había explicación, una vez más, para esa decisión que había tomado. Y sería él quién se encargara de buscar el apartamento. Nadie les entendía; lo lógico hubiera sido ir a vivir a la otra punta de la ciudad, pero en ellos la lógica no existía.
Y la ocasión la pintaron calva: justo al lado del piso de él, quedó un apartamento, pequeño, pero a ella le valió. Las ventanas de su dormitorio daban al mismo lado que las del dormitorio de él, de tal manera que con sólo asomarse podrían verse. Con el salón, por tanto, ocurría lo mismo. Nadie lo entendía, salvo ellos, que sus motivos tendrían, por absurdos e ilógicos que parecieran.
Lo más curioso era que, si se cruzaban en el supermercado, o por la calle, se ignoraban. A veces la familia pensaba que alguna neurona no les funcionaba, pero había prohibido taxativamente que nadie se metiera en sus asuntos: sólo ellos conocían porqué lo hacían. Y así transcurrió el tiempo. El hueco dejado en sus vidas por la separación, él lo llenaba algunas veces, con otra compañía femenina que llevaba hasta su casa. Cuando eso ocurría, corría las cortinas para que su ex no viera lo que ocurriese en esa habitación. Las de ella, permanecían siempre descorridas.
Y ella llegó a conocer el motivo de ese proceder, y eso la enfadaba, aunque nunca comentaba nada con nadie, por mucha confianza que tuviera
- Es su vida, es libre, y puede hacer lo que le venga en gana- se decía así misma
Ningún acercamiento se había producido en todo ese tiempo desde su separación. Él había estado de viaje un fin de semana con compañía femenina: las cortinas permanecieron corridas, algo que a ella la sacaba de quicio. Y no quiso saber más de ello, procediendo a hacer lo mismo que él. Le daría a entender que ella también era capaz de tener un ligue.
Varios días permanecieron cerradas en la habitación de ella, no así en las de él. Llegó de mal humor del trabajo; nada le había salido bien. Fue a su habitación. necesitaba ducharse para templar el mal humor. Se dirigió hacia la ventana: aún seguían corridas las cortinas, y el pensar que pudiera estar en brazos de otro, le sacó más de quicio. Rápidamente y sin pensarlo, salió de su casa y se encaminó a la de ella. No la dio tiempo casi a decir hola, cuando, como una tromba, se abalanzó sobre ella, abrazándola fuertemente y besándola como nunca había hecho. Ella trató de desasirse de sus bazos a base empujones.
- ¿ Qué estás haciendo? ¿ Con qué derecho llegas a mi casa y haces ésto? - le gritaba ella a punto de llorar
- No quiero que andes con nadie - la espetó
- Pues voy a hacer lo que me dé la gana, como haces tú. Y ahora lárgate de aquí inmediatamente.
Era una locura, pero en el fondo ella estaba contenta: no la había olvidado. Reía satisfecha con el resultado obtenido, nunca lo hubiera imaginado, pero aún tenía esperanzas. Que se desvanecieron, cuando minutos más tarde escuchó el ruido del motor de un coche y su salida apresurada del aparcamiento. El ruido le era sobradamente conocido. Corrió a la ventana y comprobó que era el coche de él; salía a toda prisa seguramente iría a cualquier bar o en busca de compañía femenina.
Eso la disgustó, pero sabía que no tenía nada que hacer, que ya no era nada para él, sólo había herido su orgullo de macho alfa que pensaba que era su posesión y que ninguna otra mano debía posarse en el cuerpo de su ex mujer: sólo las suyas. Se metió en la cama algo decepcionada, tras su ligera esperanza tras el beso. Aún no se había dormido, cuando volvió a escuchar el ruido del mismo motor, pero esta vez se paraba frente a su puerta. Se tiró de la cama, y sin encender la luz, miró para comprobar que se trataba de su coche, y efectivamente lo era.
- Y ahora ¿ qué buscaba?
La suave brisa agitaba los visillos de su dormitorio, pero desde la calle él no la veía al no tener luz en el dormitorio, pero ella sí, y comprobó que él miraba en su misma dirección, quizá buscando algún rastro de otro hombre. Dejó de mirar y se dirigió a la puerta golpeándola fuertemente y llamándola a voces
- Abre. Sé que estás ahí
Estaba solo; no había tenido tiempo de ir a ningún lado. La llamaba a ella y a ninguna otra. Lo ocurrido por la tarde, el beso apasionado había sido por algo. Y de pronto, se dio cuenta de que ella sentía lo mismo, que le necesitaba y no importaba si tenían opiniones contrapuestas. La realidad era que se amaban locamente y no podían vivir el uno sin el otro. Y corriendo se dirigió a la puerta y la abrió de par en par extendiendo sus brazos para acoger el abrazo y los besos que él tenía para ella.
No importaba si estaban separados; volverían a casarse. Tampoco si de nuevo juntos, las discrepancias volvieran a surgir. Nada importaba, ni nada era más importante que volver a tener su vida juntos, aunque no pudieran estar unidos, pero tampoco separados. Se prepararían para los reproches familiares y las alegaciones de locura que sentían. Nadie más que ellos conocían que la sangre en su interior, hervía cada vez que se juntaban.
Autoría : 1996rosafermu
Derechos de autor reservados
Comentarios
Publicar un comentario